No eras ni siquiera del blanco que imaginaba, no eras tampoco tan lejos, ni tan cerca, ni tu frío era el que recordaba. Te recordaba otro. Uno que me entraba por la piel y me tocaba el espíritu sin reparo. No eras transparente, tu frescura solo podría compararla a la quietud eterna en que siento vivir por estos días. No eras ni tan azul ni tan fresco. Eras arrebatadoramente bello y simple. Quieto. Tendrías solo que estar en este mi sueño de tantos años para ser tan conmovedor. Esta Patagonia no tiene descripción ni comparación. Nada se le parece. No es ni tan azul ni tan blanca ni tan fresca. Es.
El sonido queda suspendido. Esta nieve blanca absorbe cualquier sonido y nos obliga a mirarte tierra con otros ojos. Me detengo ante ti y me robas cada aliento. Me robas mis miradas y me haces guardarte para siempre mientras de repente los loros que se avecinan me dicen que hoy también será un día de nieve. Qué afortunados! Poderte ver. Sí que hay un Dios escondido en cada milagro. Imposible no verlos, no sentirlos, no respirarlos cuándo allá afuera se mueve un mundo en caos, en destrucción. Aquí la destrucción pasa a cada instante cuando una ramita cae de aquel árbol viejo y grande que como Pepe realmente son los guardianes del lugar, y a quienes verdaderamente hay que pedirles permiso, como esta madrugada estrellada en que le hablo para saber si hago lo correcto.
No eras tan amargo como recordaba. Te pensaba hasta con dolor oh invierno. Viví quizá el mas difícil, a menos muchos grados, y ya no puedo diferenciar si era yo, o era la tierra la que vivía el invierno. Yo lo sentía por dentro. Estaba en mi interior, como hoy sé que en realidad es todo. Primero está en mi y luego lo veo en el mundo que creo. Antes no lo entendía y por eso aparentemente proyectaba lo equivocado. Lo entendí y eso me da el placer de poder recorrer este planeta primero en mi interior para luego ir a sentirlo de verdad. Me faltarían días para absorber todo lo que vibra en mi interior de este maravilloso mundo blanco. Asumiré que serán los precisos. Hay tantos otros lugares por ver. Tantos otros a los cuales regresar.
Podría tocar tu olor y perderme siguiendo los trazos de esos Patagones. Qué buscaban los que habitan el frío, me pregunté más de una vez. Ya tengo la respuesta. A eso vine. La hallé. Todo lo demás es la satisfacción de darme el premio por los cambios. Cambiar es exigente. Es soltar. Y nadie quiere soltar. Pocos lo hacen, porque requiere demasiada valentía. Y la valentía y el coraje se esconden tímidamente en todos nosotros. Son nuestro mecanismo de defensa primitivo para salir de nuestra cueva segura y asomarnos a ver qué hay por allí. Lo que pasa es que muchas veces una sola asomada fue suficiente para volver a empezar. Y si hay vida antes que ésta y después, pues la experiencia que ganamos y la que tuvimos es la que nos hace estar aquí y ahora. Miro a mi alrededor y ésta era mi cita para hoy. Planeada hace tantos años. Este justo lugar que está en el medio de un lugar increíblemente bello y poderoso.
Nunca es suficiente. Nunca es del todo blanco. Nunca es eterno. Nada lo es. Ni la luz de la vela que me acompañó hasta que justo escribí esto para recordarme en un solo instante que así es. Confirmado. Nunca es suficiente. Pero todo tiene un principio y un fin para poder renacer. Porque nada muere. Existe y ya está. Somos eternos. Y eso me consuela ante lo que me produce el duelo de soltar los instantes de serenidad y tranquilidad vividos en compañía de mis amados. Recorrerte lento no es comparable con la dulzura de lo que más disfrutamos. Aprender que no hay prisa, que podemos verlo todo porque la sincronicidad de la existencia es solo eso, es quizá lo que deberíamos aprender desde niños. Esperar pacientemente porque llegue el momento. Dar un paso hacia él. Uno y otro. Porque somos parte de la existencia de algo más grande. Estamos todos conectados misteriosamente y jamás nada podrá separarnos. No te veo tal vez ahora, pero te siento en mi piel y tus pensamientos llegan a mi como esas ondas que son y te amo por eso.
No eras tan azul como el cielo azul de un verano. Ni tan fresco como el fresco de la primavera que sopla por entre las rendijas de nuestras ventanas. Eras verde azul y blanco rosadito como solo pueden serlo las cosas más hermosas de la vida. Tu iridiscencia me deja muda y me hace amarte más y mantener mi capacidad de asombro intacta, como la primera vez.