Se te estremece el espíritu. Después de habitarte ocho meses, de repente todo comienza...Y tenés miedo. Y te dan dolores. Y el mundo se paraliza a tu alrededor. Y sus alas comienzan a desplegarse. Y su carita está deseosa de conocer el mundo que ha escogido, la madre que vio desde algún lugar y el padre que vio y también dijo, ese, ese es el mío. Qué misterio! Qué increíble sería comprenderlo.
Cuando un ángel baja vienen cientos de seres a ayudarte, a ayudarlo. Vienen desde el Cielo y desde la Tierra esos que se las saben casi todas. En nuestro caso, se las tenían que saber todas. Porque ambos estuvimos en riesgo de volver a donde nacimos. Al Universo vasto que habitamos. A ese otro vientre en el que vivimos por cientos de años. Por miles. Pero no fue así. Los Dioses nos tenían otros planes. Otra vida por vivir y sí que lo hemos hecho!
Cuando un ángel baja, cada partecita de su cuerpo te toca desde adentro y modifica tu existencia para siempre. No hay amor igual. Imposible. Incomparable. No hay dolor igual tampoco. No hay como describir cuando ves por primera vez el rostro de tu hijo. Qué palabra tan profunda, tan grande, tan irrepetible. Qué palabra tan increíblemente maestra por sí sola. Cuatro letras. Y una vida por delante de lecciones. Si te equivocas la cagas. Esa es tu lección. Ellos aprenden del ejemplo. Lo que veas en ellos al principio, sólo puede estar en ti o en su padre y posteriormente en quienes lo rodean. Hay que ser acertados, honestos, compasivos, amorosos, serenos, tranquilos, hay que ser.
Cuando un ángel baja la vida no te da espera. Está aquí y viene a darte las mayores lecciones de tu vida. Es tu maestro. Es un ángel en carne y hueso que tiene tus manitos, tus pies, tus uñas, tus sonrisa (aunque no quiera sonreír para las fotos), tiene el ¨parao¨ del papá con su manos atrás viendo el mar, tiene la música del abuelo y los tíos por ambos lados, tiene la sensibilidad que le permitió siendo un niño coger una cámara y dejarme boquiabierta, y también el equilibrio suficiente para parársele al mundo sobre sus olas gigantes para surfear como un delfín.
Cuando un ángel baja uno espera lo mejor. Sus alas son blancas y suaves. Acicalarlas es un deber de por vida. No podemos apretarlas tan fuerte porque las podemos quebrar ni dejarlas tan suaves porque no tendrían la fuerza necesaria para volar. Sus alas son tersas y las usa frecuentemente. Son de una fortaleza tal, que me ha sacado de lo más profundo de mi propio espíritu, allá lejos donde fui aquel día. Sólo él podía hacerlo. Sólo él pudo, aún con el miedo que veía en su cara. Aún con ese hijo mío...
Cuando un ángel baja no hay como entenderlo, solo vivirlo. Porque cómo más!!! Son sangre de nuestra sangre y de todas las sangres que nos componen. Además son sangre divina de todas las divinidades que existen. Son la luz que brilla en nuestros caminos y por supuesto, que algunas veces son también oscuridad. No es ni siquiera necesario que crezcan en nuestro vientre. Hijos, son aquellos que nacen en nuestro corazón y por eso admiro profundamente a quienes adoptan cuando vivimos en un mundo tan cruel y despiadado. Quise tres, quise cinco, pero la vida me mandó mi ángel personal que me ha valido por cinco. No porque me haya dado lidia, sino porque su amor me sobra y me basta.
Cuando nace un ángel el Universo entero conspira. Se mueve adentro y fuera de ti. Te dice, ya es hora. Éste es tu día. Éste es el día por el que naciste y por el que aprenderás de qué estás hecha. Ser madre no es cualquier cosa. Es permitir que un ser ajeno a tí crezca en tí, no solo en tu cuerpo, sino en tu espíritu. Crece en tu mente, en tu inconsciente, en tu consciente, en todo tu ser...y eso, eso supera la ficción. Hay que vivirlo. Yo lo viví con todo el placer que me dió concebirlo y criarlo en la selva, luego en el bosque, luego en el norte, luego en el sur...daba igual. Ahora está. Es. Existe y sus alas son más fuertes que su vida misma.
Cuando un ángel nace, te deja sin aliento, te roba tu vida y casi se la puedes dar sin pensarlo. Pero la vida quería algo más para todos nosotros y así me ha permitido ver cómo los ángeles también crecen y maduran y se vuelven adultos y 26 años después son justamente lo que habían venido a ser. Maestro de vida. Maestro del amor y del arte 3d. Maestro de la sensibilidad. Maestro de la no sonrisa en una foto. Maestro de compasión por las manadas que le he impuesto vivir. Maestro. Gracias hijo. No tengo sino estas palabras. Y algo más...
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